martes, 14 de octubre de 2014

UN FISCAL, UN MENOR Y EL ÉBOLA

Viernes 10 de octubre. Un zeta patrulla por un distrito de Madrid. Los agentes ven deambular a un chico negro de rasgos aniñados. Parece menor. Lo trasladan a dependencias policiales y comprueban que se trata de un joven de 16 años, nacido en Guinea Conakry, que llegó a Algeciras de forma irregular el pasado septiembre. Un mes después, en lugar de estar en un centro de protección estaba en la calle a muchos kilómetros.

Los agentes conocen el Protocolo de Menores Extranjeros no acompañados, los llamados MENA, el último firmado a bombo y platillo en julio por nada más y nada menos que cinco Ministerios (Empleo, Justicia, Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad, Interior y Exteriores) y el fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce. El objetivo es que se coordinen todas las administraciones para atender, identificar y proteger a esos menores que llegan casi a 3.000 en España.

Al chico encontrado en la calle no hubo que hacerle las pruebas médicas para determinar la edad puesto que ya se sabía quién era y los años que tenía. El siguiente paso, siempre según el protocolo, era ponerlo a disposición del fiscal de Menores.

"Cuando los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad localicen a un extranjero no acompañado cuya minoría de edad no pueda ser establecida con seguridad por razón de su documentación o de su apariencia física, éste será entregado a los servicios de protección de menores competentes, para que le presten la atención inmediata que precise, poniéndose tal hecho en conocimiento del Ministerio Fiscal, que dispondrá, en el plazo más breve posible, la determinación de su edad, para lo que deberán colaborar las instituciones sanitarias oportunas que, con carácter prioritario y urgente, realizarán las pruebas necesarias (...) Determinada la edad, si se tratase de un menor, el Ministerio Fiscal decidirá su puesta a disposición de los servicios competentes de protección de menores, dándose conocimiento de ello al Delegado o Subdelegado del Gobierno correspondiente" (Ministerio del Interior)

Los policías cumplieron los pasos. Su sorpresa fue la decisión del fiscal. "Trasládenlo al centro de Hortaleza (de protección) y desde ahí al Hospital Carlos III. Procede de un país caliente y puede tener ébola", les dijo manteniéndose a una distancia prudencial. A continuación les ordenó que aislaran el coche policial y de milagro no acabaron también ellos en el Carlos III. Cuando los jefes de los funcionarios se enteraron pusieron el grito en el cielo y pararon la insensatez. "Si el fiscal ordena eso, que lo haga por escrito", replicaron.

A veces los periodistas asistimos a situaciones, órdenes y contraórdenes que causan estupor. La mayoría no las contamos o las endulzamos. Yo pedí permiso para relatar esta sin aportar datos que permitieran identificar al fiscal o a los policías que acabaron trasladando a un chico perdido y solo, casi seguro que con una historia terrible a sus espaldas, al centro de protección.  

Era viernes y eran casi las tres de la tarde. Uno de esos mandos policiales a quien le quedaba una larga tarde por delante se despidió de mí con el siguiente comentario teñido de ironía amarga:  "Tal vez no era miedo al ébola, Cruz. Es viernes y el fiscal tenía ganas de irse a casa".


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