lunes, 18 de enero de 2016

MORATE SE ABRAZÓ AL POLICÍA DE SU MADRE




Sergio Morate, el presunto asesino de Marina Okarynska y Laura del Hoyo, se ha negado a declarar, pero no a hablar. Las buenas artes de los investigadores de Homicidios lograron que contara algunos detalles de su doble crimen, sin llegar a confesar las muertes. "Evitó esa palabra. No dijo las he matado. Sabe lo que se hace", explica un veterano agente mientras recuerda que engañó a tres supuestos amigos para lograr huir: a uno le pidió un coche; a otro, ayuda para deshacerse de los cuerpos y al tercero que lo cobijara en su casa.  

Cinco de septiembre de 2015. Morate aterriza en España desde la capital rumana. Un mes antes mató a su exnovia y a una amiga de ésta. Ha estado en la cárcel desde mediados de agosto pero solo ha hablado para decir que no quiere que lo traigan a nuestro país. Homicidios ha preparado el traslado. Morate viajará de Madrid a los juzgados de Cuenca en el asiento trasero de un vehículo policial. A cada lado un agente de Homicidios. El conductor y el copiloto son geos. A uno de los policías que le flanquean le ha dado un abrazo al verlo. Es el mismo que ha estado en contacto con su madre desde que ocurrió todo. La mujer, destrozada pero colaboradora, le ha hablado a su hijo por teléfono de ese investigador, reconocible físicamente. Es el primer vínculo de Morate con su vida antes de que asesinara a las dos mujeres. "¿Eres tú?", le pregunta. El investigador asiente.

En el coche comienza a hablar. No es locuaz. Está convencido de que la Policía tiene todos los elementos para que lo acusen del doble crimen y quiere saber a qué atenerse... En Rumanía ha hecho consultas en Internet sobre los requisitos para la aplicación de la prisión permanente revisable que había entrado en vigor un mes antes. Hay partes de su relato que no resultan creíbles, pero el resto está apoyado por las investigaciones. Faltan pruebas científicas, falta una declaración del autor pero el que sigue es el relato fijado de un crimen machista que acabó con la vida de dos mujeres y los sueños de tres familias. 

Sergio Morate decide matar a Marina, su exnovia, incapaz de aceptar que ella lo haya abandonado tras cinco años de relación. La joven ha vuelto de Ucrania para quedarse; él ignora que se ha casado (se entera durante ese traslado por boca de los agentes). Quedan por teléfono. Una semana antes él ha comprado el arma homicida (unas bridas) y los elementos para hacerla desaparecer: bolsas negras industriales y cal... hay también un pico y una azada pero esas herramientas podían estar en la finca familiar en Chillarón (al menos allí paró para cogerlas junto a una botella de agua de la Virgen de Fátima, que su madre encargaba con asiduidad).  

Pasadas las cinco de la tarde Marina se presenta y le anuncia que viene con Laura a buscar sus pertenencias. Morate contó a los investigadores que él trató de impedir que subieran porque solo quería matar a Marina. Las dos amigas entran al piso. La ucraniana va directa al dormitorio y él la sigue; la enlaza por detrás con la brida y la mata al instante. Laura, al advertir el peligro intenta huir, pero el asesino ha cerrado con llave la puerta.   

QUERÍA "AJUSTARLE LAS CUENTAS"  

Poco después llega a la casa Alexander E., un preso colombiano de permiso con el que había hecho amistad en la cárcel de Cuenca. Habían quedado semanas antes para ir juntos a un concierto en Alicante donde tiene el domicilio el suramericano, en busca de una posible coartada. "Tengo ahí a Marina. Me he vuelto loco", le dice a Alexander y le pide ayuda (algo que el colombiano negó dos veces a la Policía). El preso se marcha sin ayudarle y Morate tiene que deshacerse de los dos cuerpos solo. Las introduce en sendas bolsas negras industriales -se encontró el rollo completo salvo dos- y las baja en el ascensor, sin que nadie lo vea, al garaje. Allí en su plaza habitual permanece estacionado un Seat Ibiza rojo que había pedido prestado a un amigo esa misma mañana. 


Ni en el ascensor ni el coche se han encontrado de momento restos de las víctimas, envueltas como iban en esas enormes bolsas que no fueron halladas igual que no han aparecido los guantes que con seguridad empleó el autor. Desde el piso de Cuenca, en la soledad de la bochornosa tarde de agosto, Morate conduce con las dos víctimas hasta la finca de Chillarón donde está el negocio de muebles con el que se gana la vida la familia. Coge las herramientas y el agua y mete todo en el coche. Luego va (casi seguro en otro vehículo a Palomeras y cena en su casa). Al caer la noche conduce el Seat Ibiza hasta el nacimiento del río Huécar donde tiene la tumba de Marina medio preparada. Exhausto deja el enterramiento a medias y escapa abandonando allí el pico, la azada y la botella de agua de Fátima con su ADN. "Me agoté y lo dejé sin acabar. Tuve agujetas durante una semana. Cuando llegué a Rumanía todavía me duraban", les cuenta a los agentes en el coche. Les dice también que quería "ajustarle las cuentas" a Marina. 

Esa misma noche escapa en su Seat Ibiza verde, inmaculado porque en él no ha traslado a las víctimas. Enfila hacia Rumanía pero como un animal acorralado cada vez que ve una luz que le recuerda a un coche policial o una posible cámara de control abandona su ruta. "Da vueltas y se pierde varias veces", señalan los investigadores hasta que llama a su amigo Itsvan Hortvath que va a recogerlo a Hungría.   

Su huida acaba pronto. La suerte se alía con los investigadores y en menos de una semana logran dar con él, recién llegado a casa del expreso rumano en Timisoara. Un mes después cuando lo trasladan es cuando habla por primera vez con los agentes. El viernes se lo contaron al juez de viva voz aunque en septiembre cada uno realizó un escrito de esa charla, se unificó y consta en el procedimiento. Al día siguiente del traslado y la "confesión" los dos policías se entrevistan en la cárcel de Valdemoro con el colombiano Alexander que había negado dos veces estar al tanto de lo que ocurrió. Esta vez, sí tuvo que reconocer que había estado en la casa de Morate en Cuenca, en la urbanización Ars Natura, y que su amigo le pidió ayuda y le contó que tenía allí a Marina.

La instrucción no ha concluido. Morate, con las secuelas de un cáncer de testículos y una intensa depresión, fue capaz de borrar pruebas y preparar su plan macabro. No hace falta su confesión, pero aún tiene que volver ante el juez. Como intuía cuando se sentó en ese coche entre dos policías, los investigadores lo tenían casi todo.  

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