jueves, 17 de noviembre de 2016

LOS MARLASCA


Manuel Marlasca con su hijo Manu                         


Aviso: adoro a los Marlasca; tanto como para que no me importe contarles a ustedes algunas intimidades. Confío en que Manu, tan púdico como yo, sepa perdonármelo. Seguro que sí porque cuando la muerte impone su propia disciplina todo lo demás es secundario. Tengo que contarles cuánto quiero a los Marlasca porque detesto el género necrológico y no se me ocurre otra manera de honrar a Manuel y decirles a sus chicos (solo tengo confianza con uno) y a Armelle cuánto bien han traído a mi vida.   

Manuel Marlasca Cosme y Manu Marlasca García son los dos únicos periodistas que conozco que hablan y escriben maravillas de otros compañeros, glosan sus éxitos -y los destacan incluso- porque sí, porque les apetece aprovechando cualquier excusa mínima. Se llama generosidad y ambos han desplegado buenas dosis conmigo: en privado y en público. Perdonen el nudo en la garganta... pero pueden imaginar lo que supuso para mí que Don Manuel Marlasca me dedicara una carta abierta emotiva, brillante, íntima, lúcida, como era él. http://desdelpuente.blogspot.com.es/2013/10/carta-abierta-cruz-morcillo.html

Imaginen lo que supuso que me invitara a su casa de un día a otro -"Aviso a navegantes, Cruz. En esta casa solo entran los amigos", me escribió- para charlar de periodismo y política; de vida y de amor por una forma de entender el mundo y el oficio, compartida a través de los años; él desde su maestría (aunque no se comportaba como tal) y yo desde la dicha absoluta y el pudor de los aprendices. Recuerdo la emoción al recibir su correo, la pulcritud y el cariño de sus palabras presentándome a su familia, la botella de exquisito champán con la que nos recibió a Víctor y a mí, la magia de sentir tanta cercanía hacia alguien a quien solo has "visto" a través de pantallas, ondas o papel y consideras un dios de los Sucesos. Recuerdo estar en plató en directo y recibir algún mensaje suyo de orientación o refrendo...      

Hubo un tiempo en que ignoraba que había dos Manuel Marlasca, padre e hijo, y a ese le sucedió otro en el que a ninguno de los dos les conocía personalmente, pero nuestros pasos (sobre todo los de Manu) se iban cruzando a través de los mismos conocidos y lugares. Él ya lo contó: llegaba a un despacho (de algún policía casi siempre) y me había ido yo y al revés. Pasaron los años, seguíamos leyéndonos y compitiendo en la información y jamás coincidíamos. Había fuentes que no me creían cuando aseguraba no conocerlo (ni a su hermano de fatigas Luis Rendueles, otro tipo enorme). Un día al volver de vacaciones, hace casi una década, Manu me había escrito un correo con el que me ganó para siempre. No necesitó ningún pretexto para felicitarnos a Pablo Muñoz y a mí, así en general y a lo grande, por nuestro trabajo diario en ABC; no ahorró en elogios y a mí que jamás me había sucedido tal cosa me pareció casi un marciano. 

Manu, el marciano, ha incurrido en esa persistencia del cariño y el elogio del compañero, ahora amiga. Cada vez que ha sucedido un episodio profesional relevante en mi vida se ha encargado de difundirlo sin que yo se lo pidiera. En los otros también ha estado de una forma u otra, pero esos permítanme que los dejemos a un lado. Hace unos meses, cuando un fiscal solicitó una pena de prisión para Pablo y para mí, Manu me llamó un sábado por la tarde. "A ver, Reina Mora, cuéntame". Me desahogué, sin más, sin saber para qué quería tantos detalles. Al día siguiente, escribió una carta abierta al fiscal con nombre y apellidos que es un ejercicio de valentía, rigor y amistad (sobre todo esto último). 

Al leerla recordé la carta abierta de su padre, escrita tres años antes. Los Marlasca escriben cartas públicas para abrazar o arropar a los amigos, para defenderlos frente al invasor como viejos caballeros, y escriben mail privados con la misma función. Son únicos. Ese código genético del viejo periodista que enseña al aprendiz, lo espolea y le ayuda a abrirse camino; ese ADN de respeto a las fuentes, al oficio, a las víctimas, a quienes nos leen o nos siguen; ese aplomo en la historia, la precisión y el rigor; toda esa clase personal y profesional andan un poco de retirada. Por eso yo quiero tanto a los Marlasca. 

Manuel, no he podido escribirte una necrológica. Tus palabras siguen vivas. Manu, sigue siendo un marciano. Seguro que le gusta...